martes, 22 de noviembre de 2011

Cuento Zen: El monje y la joven



Caminaba un Monje Zen con su discípulo por el bosque rumbo al Monasterio, cuando llegaron a la orilla de un río. Debido a las lluvias recientes, la creciente se había llevado el puente, por lo que no había otra manera de cruzar más que nadando. Cuando se disponían a pasar, descubrieron a una bella joven en la orilla que lloraba desconsoladamente, mojada de pies a cabeza. El Monje se acercó y le preguntó que le ocurría.
-       - Debo llevar estas medicinas de urgencia a mi Padre enfermo que está en el pueblo del otro lado del río, - contestó la joven- Pero no sé nadar y no puedo cruzar. Ya lo intenté y sólo conseguí estar a punto de ahogarme.
-       - No te preocupes, -le dijo el Monje- yo te ayudaré a cruzar.

Así, la joven se subió a los hombros del Monje y éste cruzó el río con la chica a cuestas. Una vez del otro lado, se bajó de los hombros del Monje, y con una gran sonrisa, la chica le agradeció enormemente su ayuda y echó a correr hacia el pueblo para terminar su cometido. El Monje y su discípulo continuaron su camino.

Pasado un tiempo, el Monje, advirtiendo el silencio de su discípulo, le preguntó:
-       - ¿Qué es lo que te sucede estimado discípulo? Hace ya una hora que caminamos juntos y no me has dirigido la palabra, y se te ve en el rostro una molestia. ¿Qué ha ocurrido?
-       - ¿Le parece poco? –le contestó el discípulo- ¿Acaso es usted tan cínico? Estoy completamente desilusionado de usted. No merece llevar el título de Maestro. Ha deshonrado los principios de nuestra enseñanza. Nuestros principios nos prohíben ver o siquiera tocar a fémina alguna puesto que nuestro celibato es incuestionable. Y usted no sólo vio a la hermosa joven cuyas ropas mojadas dejaban ver su delicado cuerpo, sus caderas delineadas y sus juveniles y firmes pechos, sino que la cargó a hombros, poniendo sus manos en sus firmes y torneados muslos, y dejando que su cuello fuera acariciado con el suave, delicado y tibio roce de su entrepierna.

-       - Ay discípulo mío! –le contestó el Monje- cuán lejos estás de callar los mensajes de tus sentidos!  Yo lo único que vi fue a una persona que necesitaba ayuda. La cargué, la crucé el rió y en la otra orilla la dejé; pero tú, aparte de que la desvistes, una hora después la sigues cargando!